sábado, 22 de junio de 2013

¿ABURRES HASTA A LAS OVEJAS?

                  Si cuando hablas en público, aburres hasta a las ovejas, quizá debas plantearte mejorar



Acudió muy motivada a un prometedor congreso en el que participaban eminentes especialistas. Una gran ocasión, pensó, para ponerse al día y enriquecer sus conocimientos, justo en un momento en que iniciaba una nueva etapa profesional. El coste era alto: la inscripción, el tren, el hotel, los gastos de esos días… pero estaba segura de que merecía la pena. Llegó con antelación para coger un buen sitio: butaca centrada en la tercera fila, perfecta para no perderse nada.

A la hora en punto, con la sala abarrotada por más de doscientas personas, los protagonistas de la sesión inaugural ocuparon el escenario. El profesor Jaime Cortado, presidente del comité organizador, sacó del bolsillo un papel y, sin levantar los ojos del manuscrito, leyó un insoportable discurso de bienvenida a participantes y peloteo a ponentes y autoridades. La mayoría de los asistentes, también ella, Adriana, desconectaron con la esperanza de que pronto acabaría y tomaría la palabra ese gran gurú de los negocios que iba a impartir la primera conferencia. Muchos recurrieron al móvil buscando el alivio íntimo del WhatsApp. Otros aguantaron como campeones, quizá pensando en una reencarnación posterior que les compensaría la generosidad. Cuando finalizó, aplausos. Cortado lo atribuyó a su elocuencia, pero fue el alivio lo que provocó el palmeo.

Por fin, tras una larga presentación a cargo del propio Jaime Cortado, también leída, con alguna anécdota aparentemente humorística que casi nadie entendió, el afamado Dr. Onion Ring Jr., professor en North Alaska McDonuts Business School, y fundador y socio de Fried, Ring & Associates Corporation, se prestó a iniciar su esperada intervención. A petición suya, se apagaron las luces en aras de la visibilidad de las proyecciones, y él se situó tras un amplio atril sobre el que se acomodaba el ordenador portátil que controlaría el power point. Nuestra amiga, al igual que los demás, abrió el cuaderno, desenvainó el bolígrafo y con su mejor talante, ojos y oídos bien abiertos, se dispuso a engullir la cascada de conocimientos que se preveía. 

En la primera transparencia, bajo el atractivo título “Introduction”, aparecieron seis definiciones sobre Empowerment, un concepto fundamental, aseguró Onion Ring, que con sumo detalle, era imprescindible precisar antes de poder avanzar. Después, el gurú se dedicó a exponer varios modelos teóricos. Tablas y dibujos con múltiples flechas y esquemas, numerosas citas de autores y prácticamente todo el texto de su discurso, aparecieron en la pantalla: veintiocho unidades que, algunas muy rápido porque no le daba tiempo, repasó exhaustivamente sin mirar al público y con un tono de voz tan monótono que habría hecho las delicias de cualquier insomne crónico. Pese al supremo esfuerzo, Adriana perdió el hilo pasados quince minutos, y eso que fue de las que más aguantó. Algunos llegaron a dormirse; otros, regresaron al WhatsApp; y bastantes, casi la mitad, abandonaron la sala en cuanto hubo unos cuantos que abrieron la veda. ¡Insufrible!

Adriana no desesperó, y tras el  coffee-break de rigor se trasladó a otra sala para escuchar a Jesús Leguía, un experto en liderazgo empresarial. El espacio era pequeño, y cuando ella llegó apenas quedaban asientos libres en las últimas filas. Allí se acomodó; y sorteando algunas cabezas que se interponían en su línea de visión, enseguida tuvo listos cuaderno y bolígrafo para tomar buena nota. El orador se sentó tras la mesa que presidía la sala, y de allí, medio escondido tras un ordenador, apenas se movió. Adriana no podía verle, sólo le oía; y en su voz, aunque de volumen fuerte, no se distinguían pausas. Hablaba sin puntos ni comas, atropellándose con cada nueva información. En cuanto al power point, compañero inseparable, la letra era tan pequeña que no se podía leer, por lo que tras dejarse los ojos, nuestra amiga abandonó. Sus vecinos fueron menos pacientes, y ya desde mucho antes habían mostrado síntomas de aburrimiento y autocompasión. Leguía, absorto en su exposición, ni siquiera se dio cuenta.

Posteriormente, en la mesa de comunicaciones libres, la tortura continuó. El primer ponente se mostró muy nervioso: no paraba de frotarse las manos compulsivamente, y como se atascaba y pronunciaba mal, casi no se le entendía. La segunda, no hacía más que pedir disculpas por no tener tiempo para contarlo todo. Una tercera, dilató tanto la introducción que cuando quiso exponer el contenido central su turno había terminado. El cuarto ponente quiso ser gracioso y resultó patoso, sobre todo cuando se empeñó en hacer un juego participativo que no venía a cuento y provocó el rechazo de la audiencia.

A punto de retirarse, decidió entrar en otra sala. Allí, el orador pidió a los organizadores que encendieran las luces y apagaran el proyector. De pie, situado en un lugar desde el que todos podían verle, habló con claridad, alternando volúmenes altos y bajos y distintos tonos y velocidades de voz, lo que le ayudaba a mantener la atención. Además, sus silencios estratégicos favorecían la reflexión sobre sus enseñanzas y una gran expectación. Estas habilidades, junto a sus expresivos gestos acentuando los principales mensajes, transmitían una emoción que cautivó a la audiencia. Y encima, tuvo el acierto de no querer decir muchas cosas e ir al grano desde el primer momento. Adriana, por fin, disfrutó y aprendió.

Unas semanas después, nuestra amiga me llamó interesándose por algún curso que pudiera ayudarla a mejorar sus habilidades para hablar en público. En su nuevo trabajo le habían pedido que preparara unas presentaciones, y eso le provocaba una cierta ansiedad pensando que se quedaría bloqueada. El miedo escénico. Sabía mucho del tema que debía exponer, pero sentía que necesitaba un entrenamiento específico para tener confianza y transmitirlo bien. En ese congreso había observado que no se trata de decir muchas cosas o poner transparencias sin más, consiguiendo aburrir hasta a las ovejas, sino de lograr que el público se interese, mantenga su atención y se involucre en la presentación. ¿Dominas tú, querido lector, las habilidades necesarias para conseguirlo? ¿Crees, como Adriana, qué te vendría bien para tu trabajo o tu vida personal, ser un orador más eficaz? Una buena noticia: todos podemos mejorar!



Si te interesa, en estos enlaces puedes encontrar información sobre dos próximos cursos prácticos para Hablar en Público. Si te apuntas, será un placer verte allí!

Un saludo a todos

Chema Buceta
22-6-2013

twitter: @chemabuceta




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